Engalanado de chamula, el gobernador chiapaneco Juan Sabines Guerrero firmó cuatro acuerdos de coordinación por 301 millones de pesos de recursos federales, adicionales a los cuatro mil millones de pesos anunciados para el presente año, con el secretario de Desarrollo Social, Ernesto Cordero Arroyo.
Si ese dinero se distribuyera entre los dos millones 146 mil 729 chiapanecos, que dijo el funcionario federal, viven en extrema pobreza, apenas alcanzaría cada uno dos mil tres pesos, que difícilmente pudiesen adquirir esa vestimenta tradicional que usó el mandatario estatal en la ceremonia del 19 de febrero de 2008.
Por si fuese poco, de las cifras del Instituto Nacional de Geografía y Estadística de 2005, poco o nada ha cambiado la situación de los chiapanecos que por decisión del abuelo del actual gobernador, se anexaron en 1824 a la República Mexicana, si que se confirmara al no realizarse el referéndum prometido por el entonces gobernador.
El estado está compuesto por 118 municipios, en donde se concentra en zonas rurales el 52 por ciento de sus cuatro millones 293 mil 459 habitantes (al 2005 con una tasa de crecimiento anual del 2.5 por ciento), en donde 26 de cada 100 personas hablan la lengua indígena y son víctimas de los ladinos y extranjeros.
Desde la óptica del secretario de Desarrollo Social, Cordero Arroyo, y seguramente para congraciarse con el gobernador que abandonó el PRI para postularse por el PRD, hace 25 años la pobreza extrema de los chiapanecos se acercaba al 65 por ciento y actualmente se ubica en el 47 por ciento. Uno de cada dos.
Sin embargo, al proporcionar las cifras nacionales, de que en 1996 habían 34 millones de mexicanos en extrema pobreza y que 12 años después se redujo a 13 millones 400 mil, genera la duda fundada sobre cuál realidad es la que observa el funcionario federal y sobre que parámetros mide el empobrecimiento nacional.
Recordamos que el entonces presidente Vicente Fox Quesada, abatió la pobreza y por consiguiente la pobreza extrema, al decretar que el nivel de riqueza se midiera con el mínimo ingreso de dos mil pesos, aproximadamente. Es decir, que con un salario mínimo que no alcanza para el 90 por ciento de la canasta básica, ya se es rico.
Obviamente que con estos elementos, el heredero de Juan Sabines Gutiérrez, con su afición etílica que se disimuló con la retórica de los discursos oficiales tan poéticos por ser preparados por su hermano Jaime, se sintió que era reconocido aunque solamente sirviera para barnizar al gobierno federal de su apartidismo administrativo.
Hay razón para pensarlo ya que ese mismo 19 de febrero, el periódico El Universal publicó un reportaje de las condiciones de esclavitud, peores que las sufridas en el porfirismo y que envidiarían los Señores Feudales, en que se explota a los niños, centroamericanos e indígenas, en las fincas de café, bananeras, cacaoteras y azucareras.
Al margen de la complacencia del gobernador Sabines Guerrero para inundar el norte del estado y librar a Tabasco de la inundación atribuida por el presiente Felipe Calderón a la luna para distraer de la responsabilidad de los paisanos concesionarios en la producción eléctrica, del actual secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, que redujeron la operación de la Comisión Federal de Electricidad, la realidad es dramática.
Por ello llamó la atención de la vestimenta del mandatario estatal, ya que impuso como su relevo en la presidencia municipal a Rosario Garavito, heredera del monopolio cervecero, y que en las elecciones intermedias ganó el PAN, aunque sin importar siglas partidistas, los trabajadores municipales resintieron el recorte de sus salarios.
Con estos elementos, es difícil pensar que los millones destinados por el gobierno federal para programas que combatan a la pobreza, por lo menos en Chiapas, es dinero perdido, por decirlo de alguna forma, aunque pudiesen servir para encubrir el proyecto estadounidense Puebla- Panamá que amenaza a la ya devastada selva lacandona.
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