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Apocalíptico


Por MARIO LUIS ALTUZAR SUAREZ



Se mira el entorno. Los signos son apocalípticos. La televisión provee de imágenes superficiales y rápidas. Los medios reproducen desastres climáticos. ¡Todo parece tan lejano! Lo vemos todo sin mirarlo. Como si los hechos fuesen ajenos a nuestra cotidianeidad. Tanto en la responsabilidad como en la solución.


Los informes recientes de hombres de ciencia señalan la mano del hombre en el cumplimiento de las profecías bíblicas. La industria, se dice, es responsable. Señalan a los Estados Unidos como el contribuyente de la contaminación ambiental con la emisión del 25 por ciento de gases tóxicos que alteran la capa de ozono.


Tal vez sea la distancia de las fuentes. Geir Braathen, del Departamento de Investigación Atmosférica y Medio Ambiente de la Organización Meteorológica Mundial denunció que en 2005 se registraron niveles sin precedente en la acumulación de dióxido de carbono y óxido nitroso y los “niveles de dióxido de carbono en la atmósfera siguen aumentando y para los próximos años no se espera ninguna desaceleración".


Los desastres son geográficamente distantes. El violento temporal del 18 de enero pasado en el norte y centro de Europa que causó 26 muertos n que Alemania y Reino Unido soportaron ventarrones de hasta 160 kilómetros por hora, parecería ser ajenos a los vients de 170 kilómetros por hora sobre San Luis Potosí el 31 de enero pasado.


Como si fuese una situación normal, vemos la destrucción de tsunamis, inundaciones y sequías. La profundización del desequilibrio de la naturaleza que amenaza lo mismo a los ensoberbecidos estadounidenses de Nueva Orleáns como a los sudafricanos y minimizamos los efectos de las inundaciones en Tabasco o los crueles fríos invernales en Chihuahua.


Mostramos una espantosa resignación al final de los tiempos, seguramente por el adoctrinamiento de instituciones religiosas que profetizaron la devastación por mandato divino. Y es falso. La destrucción de la naturaleza es obra del hombre, así lo reconocieron en Francia los hombres de ciencia.


Y si bien es cierto que la cabeza principal del Dragón de Siete Cabezas, Estados Unidos es el principal responsable por la destrucción de la residencia del ser humano, también es cierto que la responsabilidad es global. México tiene su cuota. La administración federal conservadora sumisa ante los intereses transnacionales es omisa para proteger el ambiente.


Hay denuncias públicas del destrozo de corales en la Ribera Maya, pero más lamentables es la connivencia federal, estatal y municipal en la deforestación del 55 por ciento de la Selva Lacandona, el tercer pulmón del planeta, en la desaparición de la Selva Negra del sur tabasqueño o en la explotación maderera en las sierra de Guerrero.


Hay más. El 11 de febrero, ante legisladores, el Premio Nobel de Química 1995, Mario Molina, denunció que la combustión de etanol a base de maíz origina bióxido de carbono, elemento que contribuye al calentamiento global. Un proceso que despertó la ambición de mexicanos asociados con transnacionales para acaparar el grano y sembrar el hambre.


Con base en la tecnología estadounidense, el maíz es base de producción de etanol que supuestamente oxigena a la gasolina, y las técnicas latinoamericanas sustentan esta limpieza con base en la caña de azúcar. Un elemento que llevó a crear una ley bioenergética en 2001 que se buscaba impulsar a los ingenios azucareros.


Es decir, que las 300 familias de la oligarquía mexicana en sociedad con transnacionales de los Estados Unidos, en busca de la ganancia rápida, también contribuyen al calentamiento global que movió el 17 de enero a 7 minutos del fin de la especia el Reloj del Juicio Final, sin importar que el deshielo polar ya se comió 10 centímetros del litoral atlántico.


Se olvidaron los políticos y gobernantes de la sentencia popular: “Dios perdona siempre, el hombre algunas veces, la naturaleza nunca”.


www.arcanorevista.com






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